domingo, 3 de abril de 2011
¡Que lástima!
¡Que lástima que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo, lo mismo que los poetas de hoy cantan! ¡Que lástima que yo no pueda entonar con una voz engolada esas brillantes romanzas a las glorias de la patria! ¡Que lástima que yo no tenga una patria! Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa desde una tierra a otra tierra, desde una raza a otra raza, como pasan esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca. ¡Que lástima que yo no tenga comarca, patria chica, tierra provinciana! Debí nacer en la entraña de la estepa castellana y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada; pasé los días azules de mi infancia, en Salamanca y mi juventud, una juventud sombría, en la montaña. Después... ya no he vuelto a echar el ancla y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta para poder cantar siempre, en la misma tonada, al mismo río que pasa rodando las mismas aguas, al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa. ¡Que lástima que yo no tenga una casa! Una casa solariega y blasonada, una casa en que guardara, a más de otras cosas raras, un viejo sillón de cuero, una mesa apolillada. Que me contaran viejas historias domésticas como a Francis James y a Ayala. Y el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla ¡que lástima que yo no tenga un abuelo que ganara una batalla, retratado con una mano cruzada en el pecho y la otra en el puño de la espada! Y ¡que lástima que yo no tenga siquiera una espada! Porque... ¿que voy a cantar, si no tengo ni una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada? ¿Que voy a cantar si soy un paria que, apenas tiene una capa? Sin embargo... en esta tierra de España y en un pueblo de la Alcarria, hay una casa en la que estoy de posada y donde tengo prestadas una mesa de pino y una silla de paja. Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia y muy blanca que está en la parte más baja y más fresca de la casa. Tiene una luz muy clara esta sala tan amplia y tan blanca... una luz muy clara que entra por una ventana que da a una calle muy ancha. Y a la luz de esta ventana vengo todas las mañanas. Aquí me siento sobre mi silla de paja y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo como pasa la gente a través de la ventana. Cosas de poca importancia parecen un libro y el cristal de una ventana en un pueblo de la Alcarria y, sin embargo, le basta para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma. Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa, cuando pasan ese pastor que va detrás de las cabras con una enorme cayada, esa mujer agobiada con una carga de leña a la espalda, esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana y esa niña que va a la escuela de tan mala gana. ¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana siempre. Y se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa. ¡Que gracia tiene su cara en el cristal aplastada, con la barba sumida y la naricilla chata! Yo me río mucho mirándola y le digo que es una niña muy guapa... ella, entonces me llama ¡tonto! y se marcha. ¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha caminando hacia la escuela de muy mala gana, ni se para en mi ventana, ni se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa. Que un día se puso mala, muy mala y otro día doblaron, por ella, a muerto las campanas. Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha, a través de la ventana vi como se la llevaban en una caja muy blanca que tenía un cristalito en la tapa. Por aquel cristal se le veía la cara lo mismo que cuando estaba pegadita al cristal de mi ventana... al cristal de esta ventana que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja tan blanca. Todo el ritmo de la vida pasa por el cristal de mi ventana... ¡y la muerte también pasa! ¡Que lástima que no pudiendo cantar otras hazañas porque no tengo una patria ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada y soy un paria que sólo tiene una capa... venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia. LEÓN FELIPE
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