TEBEO MÍO
Pendías de un hilo tejido de ensueños, sujeto a él con una pinza de estrellas que emitía destellos de risas e ilusiones.
Me esperabas en los arrabales de un kiosco forjado a base de fantasías de infancia.
De pronto mi brazo infantil se convertía en castigo de malhechores y truhanes, no existían límites, y la imaginación volaba en frenético sprint hacia espacios donde, mancilladas la justicia y el honor, se esperaba al héroe reparador.
Y la historia se encarnaba en mí.
Las hazañas tomaban mi nombre y yo cabalgaba sobre nubes de espuma, con destino a castillos de princesas encantadas.
Hadas y gnomos saludaban mi llegada.
El oxido del tiempo ha inutilizado los goznes de mis puertas, ha desvencijado mis alas y ha Enmohecido una tras otra mis articulaciones.
Desde el realismo más aplastante, contemplo en vuestras, ya borrosas páginas, a un niño con canas, lleno de arrugas y descartado de espadas justicieras y damas a las que amar con apasionado frenesí.
Pedro Ortuño Ibáñez
sábado, 7 de marzo de 2009
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